¿Por qué nadie vio venir el 26J?

La noche electoral del 26J será difícil de olvidar. Me apresté a vivirla en Madrid, en el epicentro de lo que parecía que podía ser un terremoto político de gran calado. Procuraba ser cauto y esperar un resultado peor de lo que las encuestas más optimistas apuntaban, pero incluso aquellas más conservadoras abrían un escenario con repercusiones difíciles de medir. Si Unidos Podemos quedaba por delante del PSOE, aunque fuera por un solo escaño, y además la suma de ambas fuerzas se acercaba a la mayoría parlamentaria, la coalición habría provocado un vuelco enorme y desatascado la crisis de gobernabilidad (ya fuera porque el PSOE se viera obligado a apoyar esa mayoría, o bien forzado a evitarla con una abstención a favor del PP y Cs).

Al llegar al Teatro Goya, los ánimos estaban en todo lo alto. La encuesta a pie de urna de TVE vaticinaba un resultado espectacular de Unidos Podemos, por encima de los 90 escaños, casi sumando mayoría con el PSOE. Mi mantra en esos momentos era "tranquilidad, se parecerá más a la encuesta de GAD3 para ABC que a esta". La otra, "la mala", daba también buena suma parlamentaria, pero una ventaja ligerísima en escaños, con ambas fuerzas en torno a los 85. Los primeros datos de recuento oficial, más que desánimo, trajeron estupefacción. Con más corazón que cabeza, confiamos en que hubieran entrado primero votos rurales o de zonas especialmente poco propicias y hubiera un cambio drástico enseguida. Pero nunca llegó y, aún hoy, nadie parece tener nada claro qué ha pasado. Una cosa era un resultado malo, en la parte más pesimista de las previsiones. Pero aquello estaba fuera de todos los pronósticos: incluso la amplia horquilla que manejaba el riguroso Kiko Llaneras en su promedio de encuestas otorgaba una probabilidad bajísima a un resultado así. De acuerdo con todo lo publicado, el resultado más bajo que cabía esperar eran 80 escaños.

Las explicaciones a tal fracaso (comparado con las expectativas, pues lógicamente el resultado en sí no es moco de pavo) empezaron a brotar por todas partes. Seguramente habrá mucho de cierto en casi todas ellas, aunque muchas parecen responder más a una lucha por construir un relato en la pugna por el poder interno que a una búsqueda rigurosa de la verdad. Pero, se deba a lo que se deba esa fuga de votantes, ¿por qué nadie fue capaz de detectarla antes? Intentemos analizar qué pudo pasar.

¿Se han equivocado las encuestas?

En primer lugar, hay que preguntarse si las encuestas realmente han fallado y, en su caso, en qué medida. Para ello es importante tener en cuenta que las encuestas no son una herramienta que permita la predicción exacta de resultados. Especialmente en esta época en la que las opiniones son muy cambiantes y el volumen de indecisión y de personas que deciden su voto a última hora es muy alto. Se detectan, fundamentalmente, tendencias, y se pronostica un determinado nivel de apoyo con un cierto margen de error: que alguien saque dos o tres puntos más o menos de lo estimado entra dentro del margen razonable, aunque esto tenga unas consecuencias políticas enormes y cambie totalmente el panorama.

Hechas estas precisiones, cabe decir que las encuestas han acertado en muchas cosas. Todas apuntaban a un buen resultado del PP, empatando o mejorando sus resultados, aunque la subida ha sido mucho mayor que la prevista. No obstante, aunque se ha errado en las dimensiones, se ha acertado en la tendencia a la polarización a su favor. Por otra parte, apuntaban a que el PSOE se resentiría algo, pero no mucho, y que Cs no crecería e incluso, en los últimos días, se advertía una ligera tendencia a la baja. El cambio en escaños para Cs ha sido importante, pero no tanto en porcentaje de apoyo. Simplemente, al bajar de cierto nivel de votos, perdió la posibilidad de tener escaño en provincias más pequeñas que quedaron libres para el reparto, del cual se benefició el PP. Eso ha magnificado la caída de Cs y la subida del PP, pero realmente no ha sido tan importante.

De hecho, la victoria del PP no habría sido tan rotunda si Unidos Podemos se hubiera acercado al resultado que todos preveían. Este sí es el elemento que ha quedado claramente descuadrado en todas las previsiones. Pero para ser rigurosos y justos con el trabajo de quienes han elaborado dichas encuestas hay que decir que no fue un problema de sobreestimación en la cocina, sino quizá de los propios datos con los que tenían que trabajar. Era lógico pensar en un resultado como el que vaticinaban teniendo en cuenta que su intención directa de voto era alta (mayor que la del PP en muchos casos) y que su nivel de fidelidad y movilización también lo eran. No solo la gran mayoría de votantes de Podemos e IU el 20-D decían que votarían a la coalición, sino que afirmaban con mucha rotundidad que, efectivamente, irían a votar. Haber pronosticado otra cosa habría sido bastante temerario a la luz de los datos en bruto. Se pueden consultar, por ejemplo, los del CIS, o los de GESOP para El Periódico.

¿Había algún indicio de que algo estaba cambiando?

Frente a teorías conspiranoicas, yo no creo que esas encuestas estuvieran artificialmente hinchadas. La explicación a lo que ocurrió, por tanto, se puede deber a dos factores: o hubo algún fallo metodológico que hizo que se trabajara sobre datos algo "irreales", o bien hubo un viraje de última hora en las preferencias de la gente.

Sí había algunos datos que llevaban a mostrar cierta cautela. En algunas de las últimas encuestas, por ejemplo, el porcentaje de personas dudosas, entre quienes habían votado IU (sobre todo) o Podemos el 20-D, era significativo. El trasvase hacia otras opciones era menor, pero los indecisos en el caso de IU eran bastantes, en torno a un 25%. No obstante, incluso aunque todos esos se hubieran abstenido, hablamos de unas 200.000 personas, mientras que los trasvases entre fuerzas, sobre todo con el PSOE, estaban bastante equilibrados. Eso, unido a mejores expectativas del PSOE con el voto indeciso, podría haber sido suficiente, quizá, para reducir la distancia entre ambas fuerzas y evitar el sorpasso en escaños, pero no en votos. Algo más debía haber.

De hecho, los trackings que se hicieron en esos últimos días (tanto los publicados en Andorra, como los que no se publicaron), mantenían las previsiones y no apuntaban a un descenso drástico de Unidos Podemos. Algunos sí apuntaban a ese empate técnico en escaños, pero todos mantenían al menos dos puntos de diferencia a favor de Unidos Podemos. Por ejemplo, el de El Periódico, de los más conservadores en estimación de escaños, recogía una diferencia importante en intención directa de voto a favor de Unidos Podemos, que culminó el tracking en destacada primera posición. Eso sí, con un enorme repunte de los indecisos, pero que parecía afectar más bien al resto de opciones.



Como se ve en el gráfico anterior, en los últimos doce días, la intención directa de Unidos Podemos, es decir, la respuesta espontánea de quienes aseguraban que le votarían, es la más estable de todas. No cabía esperar, por tanto, un despegue de última hora como el de Podemos el 20-D, pero tampoco, desde luego, una fuga de más de un millón de votos.

Cabía pensar que los efectos del Brexit apenas se habrían detectado en esos datos, pero incluso los de la propia jornada electoral parecían halagüeños. Cierto es que el avance de participación de la mañana fue bastante desconcertante, al repuntar la participación e igualar a la del 20D contra todo pronóstico. Pero la filtración del estudio de Sigma Dos para TVE revelaba que, a las 12 de la mañana los datos estaban en lo previsto: un 30% para el PP, algo menos del 25% para Unidos Podemos, el 22% para el PSOE y el 12% para Ciudadanos, lo que anticipaba su caída en escaños. De hecho, las primeras horas son las más proclives al voto bipartidista, pues vota la gente de más edad, y cabía esperar un leve repunte de UP y Ciudadanos y una pequeña bajada de PP y PSOE. Así lo recogió, de hecho, la misma encuesta en su versión final.

¿Qué pudo pasar, entonces?

Es muy difícil saberlo y quizá solamente el postelectoral del CIS nos pueda arrojar algo de luz al respecto. Pero me atrevo a esbozar aquí algunas hipótesis:

  1. Empezando por lo más fácil: es bastante probable que prácticamente todo el voto dudoso que ya se detectaba en algunas encuestas, haya optado por la abstención. Eso, sin embargo, si atendemos a los datos que teníamos previamente, explica solo una pequeña parte de la pérdida de votos.
  2. Es bastante posible que las encuestas partieran de una dificultad casi insalvable: han de trabajar sobre los datos de quienes aceptan responder y eso puede dar lugar a desviaciones. Lo anticipaba José Fernández Albertos días atrás en Twitter (en algún tweet que no localizo ahora). Es decir, que si te llaman por teléfono a casa y te piden unos minutos para hacerte una encuesta sobre las elecciones y estás hasta las narices de todo y sin ganas de votar, es probable que no respondas. Y es casi imposible para la empresa encuestadora saber si quien le cuelga es abstencionista, un votante del partido X que oculta sus preferencias o simplemente alguien que no tiene tiempo. Podría haberse dado la circunstancia de que un porcentaje significativo de los exvotantes de Podemos e IU estuvieran, por los motivos que sea, fuertemente desmovilizados, hasta el punto de no querer responder a encuestas, lo que les hacía "indetectables". Y que, a su vez, un porcentaje mayoritario de su electorado estuviera enormemente ilusionado con la alianza y movilizado, lo cual se recogía en las encuestas a las que respondían con entusiasmo. En el caso de las encuestas a pie de urna ese posible sesgo se produce de forma más clara y casi inevitable, como explica el politólogo citado
  3. Es posible, a su vez, que una parte de quienes realmente pretendían votar a Unidos Podemos, se desmovilizaran a última hora. Como señalaba inicialmente, las encuestas han podido ser su peor enemigo, ya que al mostrar una ventaja holgada como segunda fuerza, pero una distancia amplia con la primera, no generaban el efecto de arrastre o "bandwagon" que se puede dar ante elecciones que se ven como muy disputadas y en las que se opta por el que parece el posible "caballo ganador". Ese fue el efecto que Podemos logró el 20-D con la "remontada" en la que cada persona afín sintió que su voto era decisivo para lograr ganar en votos al PSOE. En esta ocasión, muy probablemente hubo gente que dio por hecho que su voto no sería decisivo y, ya fuera por dudas en sus preferencias, o porque el domingo le surgió un plan apetecible, pasó de votar. Sería muy bueno conocer, por ejemplo, los datos reales de la distribución de la participación por edades y las diferencias con el 20-D.
  4. Por el contrario, las encuestas sí eran propicias para movilizar el voto socialista de última hora, con algunas apuntando a un empate en escaños y cierta tendencia al alza. Con ello seguramente afianzaron electorado propio, pero es posible que también convirtieran a última hora a parte del electorado dudoso o que inicialmente pensaba votar Unidos Podemos. Por una parte, se puede haber producido el efecto contrario al mencionado en el punto anterior, el llamado "underdog", que es el que lleva a apoyar a una opción que se prevé que pueda ser penalizada. Pero además, es posible que el discurso del miedo, unido a fenómenos como el Brexit, pueda haber calado entre una parte del electorado que, en otras condiciones podría haber votado Unidos Podemos.
Por tanto, como conclusión, y como explicación tentativa de algo a priori difícil de explicar, es posible que existiera una brecha profunda entre un sector mayoritario ampliamente ilusionado y movilizado y otro absolutamente hastiado que ha decidido no interesarse siquiera por las elecciones y, por tanto, difícil de detectar en los sondeos. Teniendo en cuenta que Podemos el 20-D movilizó a sectores habitualmente muy desencantados con la política, no es nada raro pensar que mucha de esa gente sea de la más susceptible de volver al abstencionismo si le toca volver a votar a los seis meses. A su vez, las encuestas situaron a Unidos Podemos en una segunda plaza tan segura que quitó a mucha gente la sensación de que su voto fuera a ser decisivo. El elector de derechas creyó que se lo jugaba todo para conjurar el riesgo radical y por tanto prefirió no ponerse exquisito y aparcar sus dudas para otro momento (y "encuestas" supuestamente filtradas por medios tan poco fiables como este seguramente buscaban generar ese efecto). Sin embargo, el elector de izquierdas no creyó que estuviera gran cosa en riesgo si se daba el gusto de no votar algo que no le convencía del todo. Hasta el punto de que algunos exvotantes socialistas prefirieron sumarse a última hora a la empresa de salvar de la muerte a su "partido de toda la vida".

El motivo por el cual se ha podido producir esa desmovilización o desencanto, más allá de lo aquí expuesto, intentaré analizarlo en otro momento.

P.D.: Veo que algunos de los que saben apuntan algunas cosas similares para explicar qué ha pasado con las encuestas el 26-J. Mejor léanles a ellos.

Comentarios

Ander ha dicho que…
Juan, estupendo análisis sobre lo sucedido. Esperamos seguir leyéndote en las próximas semanas.
Quin ha dicho que…
Seguro que ya has visto a este visionario... http://sabemos.es/2016/05/07/podemos-e-iu-arriesgan-12-6-millones-votos-concurriendo-coalicion_16321/
Quin ha dicho que…
Seguro que ya has visto a este visionario... http://sabemos.es/2016/05/07/podemos-e-iu-arriesgan-12-6-millones-votos-concurriendo-coalicion_16321/