Tras el 20-D: ver más allá del bosque

Aunque es inevitable hacerlo, creo que es necesario que cuando analicemos resultados electorales apartemos la vista de qué tal le ha ido a cada partido e intentemos mirar qué ha pasado en la sociedad. No son los resultados de un partido de fútbol, cada voto no puede contarse como si fueran goles que, matices aparte, son mérito exclusivo de cada aspirante a Pichichi. Tras cada voto hay una persona que, tras una reflexión más o menos profunda, ha decidido dar su confianza a una opción. Algunas de esas personas siempre votan lo mismo, otras han dejado el abstencionismo atrás, una buena parte han cambiado tras muchos años de voto fiel... Y si miramos de ese modo lo que pasó el 20-D es realmente fascinante.


Desde 1993 entre 17 y 21 millones de personas, redondeando, se decantaban por el PP o el PSOE. Entre el 70 y el 84% del total. El voto al PP ha sido enormemente uniforme desde 1996, siempre algo por debajo o por encima de los 10 millones de votos. El del PSOE ha variado más, con picos por encima de los 11 millones en la época de Zapatero y valles entre 7 y 8 millones con Rubalcaba y Almunia. Obviamente eso no quiere decir que siempre fueran las mismas personas las que votaran PP y PSOE, pero parece razonable pensar que en un porcentaje muy alto se trata de personas que, o bien siempre han votado lo mismo, o bien han oscilado entre una y otra opción. Si en diciembre de 2015 no han llegado a 13 millones quienes han optado por estas formaciones (poco más del 50% del total), quiere decir que se ha producido un cambio social de enormes magnitudes. Si le sumamos la espectacular debacle del voto a CiU en Cataluña comprobamos cuánto tiene de transversal ese cambio, cuyas causas ya analicé someramente en su día.

Se trata de millones de personas que han modificado drásticamente su comportamiento político en un espacio de tiempo corto. Si tomamos la referencia de 2008, las últimas elecciones "pre-crisis", en las que PP y PSOE sumaron más de 21,5 millones de votos, han perdido casi la mitad. Pensemos que en 7 años los cambios en el censo electoral (mayorías de edad, defunciones...) han sido muy pocos y algunos incluso favorecerían al bipartidismo (emigración juvenil, a la luz de los datos). Por tanto, hay un enorme número de personas, ¡más de 8,5 millones!, que en 2008 no tenían inconveniente en dar su apoyo a PP o PSOE y que hoy han dejado de hacerlo. La cifra se corresponde casi exactamente con los votos que consiguen las dos fuerzas "nuevas": 3,5 millones de personas se han decantado por Ciudadanos (que ya se había presentado antes) y 5,2 por Podemos y sus alianzas. Entre ellas hay que contar, en Galicia y Cataluña a los referentes de IU, que han concurrido en las mismas candidaturas: y a pesar de ello el voto a Unidad Popular en el resto de CCAA ha sido prácticamente idéntico al que obtuvo en todo el Estado en ese 2008 que tomamos como referencia. No digo esto para bendecir los resultados obtenidos: son indudablemente malos, pero más por "lucro cesante" que por "daño emergente", que se dice en Derecho. Es decir, más por haber perdido un espacio que no era suyo pero podía y debía haber ocupado, que por haber perdido mucho. En esa perspectiva de "sociología electoral de la crisis", IU vivió 2011 como intento fallido de erigirse como alternativa (la caída del PSOE ya fue dura entonces y el ascenso de IU mucho menor) y el ciclo 2014-2015 le ha devuelto a una posición subalterna.

Sin embargo, se cometería un error si desde IU se llegara a la conclusión de que estamos en la misma situación que en 2008. He leído más de una reflexión (posiblemente más de tripas que de cabeza) que apela a que "de peores hemos salido". Sin embargo, si entonces fue arrinconada por el empuje del bipartidismo, ahora es una ola de cambio la que viene pisando fuerte. Miremos el fenómeno sociológico del que hemos estado hablando solamente desde el flanco izquierdo: el PSOE ha perdido más de la mitada de su electorado, casi 6 millones de votos, en solo 7 años. Y sumando solamente los resultados de Podemos, IU y sus respectivas alianzas, han logrado más de 6 millones de votos. Sin contar los votos a otras fuerzas de izquierda de ámbito territorial, hay más personas que han votado opciones a la izquierda del PSOE que al propio Pedro Sánchez. Esto es algo absolutamente inédito y un limitado análisis sigla a sigla no debería nublarnos la vista: el giro a la izquierda de la sociedad española es brutal.


A estas alturas habrá quien ande reprochándome que incluya en la izquierda al PSOE o que sitúe a Podemos a su izquierda. No quiero meterme en discusiones bizantinas: hablo de electorados, de personas, y de su percepción. En todos los últimos barómetros del CIS, la gente situaba a IU y Podemos en el mismo lugar de la escala ideológica, muy claramente a la izquierda. Y que dos fuerzas percibidas como izquierda radical sumen más votos que el PSOE es muestra de que se ha abierto una brecha social importantísima. Está claro que la parte del león de esta hazaña es mérito de Podemos, si bien con un peso muy importante de sus alianzas en tres territorios. Pero no deja de ser sociológicamente llamativo el hecho de que casi un millón de personas hayan preferido decantarse por una opción como Unidad Popular, a pesar de competir en el mismo espacio ideológico que otra con tanta pujanza y de saber que en muchas provincias apenas contaba con opciones de sacar representación.

Son unos mimbres con los que no habíamos podido trabajar jamás, y espero que no se caiga en el error de despreciarlos. Porque existe la tentación de hacer de menos a electorado de Podemos por ser "borregos que votan lo que la tele les dice", al igual que hay quien descalifica a queines han votado a UP como "cenutrios dogmáticos que frenan el cambio". Lo que tenemos son, de momento, más de 6 millones de personas que han optado por formaciones a las que la sociedad no percibe demasiado alejadas entre sí. Y de ellos, posiblemente dos terceras partes son personas que, o se abstenían, o votaban de forma más moderada hasta ahora. Pensémoslo bien: toda esa desafección hacia el bipartidismo se podría haber ido a su casa, a un Ruiz Mateos, a un Jesús Gil o a una Marine Le Pen. Intentemos mirar por qué no es así, qué ha conseguido hacer bien Podemos para atraer a buena parte de esa gente y miremos a su vez cuáles son las virtudes de IU para que, aún en las condiciones más adversas, mantenga tantos apoyos.

La próxima Asamblea de IU debe ser capaz de pensar en términos de país, considerando a todas esas personas, tanto las que le han votado como los que no, como "de los suyos". Y, es más, sin renunciar a sumar a la ola de cambio a personas que no han votado o lo han hecho por otras opciones el 20-D. Si insiste en la estrategia de diferenciación a la que (quiero pensar) se ha visto obligado en campaña estará despreciando la posibilidad de lograr conquistas reales para la gran mayoría a la que siempre apelamos. Costará cambiar el chip, porque la campaña está aún reciente, las heridas todavía sangran y se han abierto brechas (personales, pero también políticas y programáticas) difíciles de cerrar tras cinco convocatorias seguidas marcadas por la confrontación. Los liderazgos y las militancias de IU y Podemos están hoy muy lejos, pero esa distancia es prácticamente imperceptible entre sus electorados. Tratemos de pensar en ellos para no perder otro tren más.

Coincido con Pablo Iglesias cuando dice que se han cortado puentes. Pero no solo por lo que haya hecho Alberto en esta campaña, sino por multitud de factores desde hace mucho tiempo atrás. De hecho, era lo que le venía a decir antes de que empezara la campaña. De uno y otro lado ha habido gente tendiendo puentes y gente bombardeándolos. Y gente que, entre medias, ha decidido cruzarlos mientras otros andamos casi con ganas de tirarnos de cabeza desde ellos. Creedme si os digo que tengo gente de plena confianza que ha estado de uno y otro lado en las conversaciones para un posible acuerdo electoral y me han llegado versiones lo suficientemente contradictorias como para poner en cuarentena cualquier declaración absoluta de culpa. Dejemos de discutir por ver quién dio el último portazo o qué provocación previa lo motivó. Pensemos en términos de un movimiento amplio con capacidad para transformar el país, de ganar las elecciones pero también la batalla cultural y social, capaz de reconocer y aprovechar lo mejor de cada parte y de poner en segundo término, sin negarlas, las diferencias que existen. Pensemos en ser útiles y leales a ese pueblo, clase obrera o gente que tanto adorna nuestros discursos y tan perplejo y ajeno se siente ante nuestro vodevil.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Es un buen análisis, sin duda. Acotando, positivo y con el resentimiento justo y necesario por los trenes que han pasado. No es cuestión de culpar a 1 u otra opción, empero sí valorar lo que has expuesto anteriormente. Diálogo, discusión y afrontar "el peso real" de una u otra. Aún así, esa no debiese ser fuente de insalvables "cesiones" de cuotas de "poder", pues no se quiere repartir poltronas y en el momento que así sea, c´est fini. Creo que hay una constitución nunca y no escrita en 1 y lo que tú muestras en otra. Quizá esa sea la distancia que impide aceptarse mutuamente o puede ser el peso relativo de gentes que no asumen no tener en propiedad "el poder" y para lxs cuales la "autoridad" no significa nada. Y, así, de seguir así, a cuantos trenes llegaremos tarde...a saber...en fin...Pedrín. Debemos cambiar el mapa, cambiar la vida, ser responsables y aprender a decrecer no violentamente, tanto en ego como en consumo.