Dijo la sartén al cazo

Voluble. Ahora resulta que Joan Herrera es voluble. Cuentan en Público que eso es lo que opinan en las filas socialistas. Voy a tener que agradecer que, al final, y contra todo pronóstico, no saliera elegido diputado por Valladolid porque habrían sacado lo peor de mí.

Resulta que fuerzas como IU o ICV se tiran la vida haciendo propuestas que van sistemáticamente a la basura, quedándose absolutamente solos, por ejemplo, en la defensa de una fiscalidad más justa o al menos no más injusta. Esperando a ver con qué pie se ha levantado ese día Zapatero, Alonso, o el que toque: ¿tocará hoy cortejar a CiU? Pues ale, a intentar pararlo porque de ahí no puede salir nada bueno. Echándole paciencia a la eterna promesa de reforma electoral que, casi seguro, quedará en nada, si es que no sale peor de lo que entró. En resumen, que poco sacan en claro habitualmente por mantenerse en sus posiciones, esperando a ver si se alinean los planetas y a alguien le da por mirar a la izquierda.

Y entonces, llega el día en que el PSOE descubre a un asturiano bajito y con barba y un jovenzuelo catalán con gafas de pasta, y piensa que esos dos votos le vienen estupendamente para sacar adelante un trámite. Yo no podría asegurar que supiera guardar la compostura si después de tanto ninguneo me vinieran a mendigar. Pero Joan y Gaspar sí saben, porque más allá del orgullo como grupo político está el convencimiento de que lo que defiendes beneficia a la gente, así que aprovecharon para aceptar la modificación de una moción ambiciosa a cambio de un compromiso más genérico, pero que saliera adelante y comprometiera al Gobierno. Realmente una nadería (el texto es ambiguo a más no poder), pero mucho sería tal y como están las cosas. Ya se encargó de recordárselo el PP: era empezar a desandar lo andado durante tantos años.

Alguien debió de medir mal la relevancia mediática de que, después de tanto tiempo, y en mitad de la crisis, el PSOE comenzara a ponerse de acuerdo con la izquierda para hacer política fiscal de izquierdas. Para ellos solo era un pacto más para sacar una votación; y nunca mejor dicho, porque a falta de uno, tenían dos: en Moncloa apañaban lo contrario con CiU.

Y a partir de ahí comenzó el sainete que todos conocemos. Y desde un partido en el que por la mañana le ponen el membrete a una propuesta y por la tarde se desdice, llaman voluble al que mantiene la posición. La explicación es sencilla y deja bien a las claras la catadura de cada uno. Para el que estaba solo pendiente de que el Gobierno pasara un trámite, lo de cambiar la política fiscal era una mera declaración, un capricho, y es una muestra de inmadurez que Herrera o Llamazares se enfaden por eso. Pero nos jugábamos más, mucho más que eso y quienes lo sabemos les agradecemos que renunciaran por unas horas a distanciarse tácticamente de este errático Gobierno y fueran capaces de llegar a acuerdos que nos benefician a la inmensa mayoría. Por un rato, creímos que era posible.

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