Traicionando, que es gerundio

Creo que hace algo más de un año que traicioné a Javier Ortiz. Hasta entonces era la primera parada de mi recorrido por la red de primera hora de la mañana, nada más llegar al trabajo. Lo recuerdo porque fue justo después de las elecciones generales, cuando me cogí tal depresión que no quería ni ver ningún sitio donde hablaran de Izquierda Unida. Y, en ciertas ocasiones, Javier lo hacía; muy bien, como casi siempre, con esa afilada pluma que solía acertar en la crítica, pero no estaba yo para aceptar de buen grado regañinas, por más que tuviera razón.

Así llevo, desde entonces, sin entrar en su columna diaria en Público, por más que siga recomendando su bitácora en la columna derecha de este blog. No era tan fácil huir, porque muchos amigos le citaban con frecuencia: hoy, de pronto, me he encontrado con que citaban su obituario. He querido creer que se repetía la broma, como entonces. No podía ser tan cabrón de irse sin darme tiempo a reconciliarme y sin terminar de cerrar esa charla que empecé a organizarle hace meses y nunca se concretaba. Pero esta vez iba en serio.

Así que, sin tiempo para arreglar el desaguisado, he preferido persistir en el error y defraudarle también a título póstumo: le despido hablando más de mí que de él, como criticó en su día. Pero es que era muy difícil estar a la altura de un tío capaz de dejar, así de brillante, su propia necrológica para que nadie se la pifiase.

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