El Tratado, las 65 horas y los vasos comunicantes

De Bruselas, Estrasburgo y Francfort nos llega un extraño aroma. ¿Quién sabe si no se habrá acercado también hasta Dublín para condicionar el voto al Tratado de Lisboa? Pobre gente, esta de Irlanda, que les están dando hasta en el carnet de identidad; y todo porque no entendieron que eso de si estaban de acuerdo con dicho texto era una pregunta retórica. La UE viene a ser como esa amistad que te pregunta qué tal le sienta la ropa que se está probando, pero se enfadará contigo como le digas la verdad. Eso no es tan extraño: es propio del poder desconfiar del vulgo.

La que ya es más curiosa es la sorprendente tendencia de buena parte de la ciudadanía europea a aceptar el envite y no limitarse a tomar los referendos como mero trámite. Siguiendo con los símiles, se empieza a comportar como esas personas a las que preguntas qué tal les va y, ni cortos ni perezosos, te lo cuentan. La UE entonces hace lo que haríamos cualquiera: mostrar buena cara y aparente respeto (a veces ni eso) y pensar por qué narices nos cuenta todo eso si su opinión y su vida no nos importa.

Pero me da a mí que esa actitud solo viene a aumentar ese euroescepticismo que tiene poco que ver con el rechazo a la idea de una Europa unida, sino más bien con una cierta desconfianza hacia su concreción actual. No nos confundamos: en el No hay de todo, por supuesto extrema derecha, nacionalismo y hasta el famoso miedo al "fontanero polaco". Pero esa idea se amplifica al máximo intentando generar la idea de "sentido común" para que, como decía un profesor mío, "uno sienta que estar contra la Constitución Europea es como estar en contra del Día de la Madre". Tanto esfuerzo en difuminar y ridiculizar esa opción (como en el caso de la irlandesa de la SER que contaba Hugo), no resiste el mínimo análisis racional. ¿Acaso en el Sí se encuentran todas las gentes sensatas que se han leído de pe a pa los tratados y entienden perfectamente su significado? ¿Acaso no hay cientos de miles de personas que apoyarán esos textos sin tener ni idea, o por motivos muy diferentes a los de sus defensores públicos? Como dice Carlos Taibo (aunque un amigo mío reivindica los derechos de autor), deberíamos incluir en las encuestas una categoría que sea "No sabe, pero contesta".

Ese euroescepticismo del que hablo es seguramente más una sensación que una ideología. Una sensación de desconfianza por ese déficit democrático, por esa manifiesto desdén hacia la voluntad popular, por ese desconocimiento absoluto de unas instituciones desde la que uno intuye que cada vez se influye más en nuestras vidas, y de las que nos llegan noticias como lo de las 65 horas semanales de trabajo. Hoy le toca a la Directiva de la Vergüenza que nuestros representantes acaban de aprobar sin enmienda alguna. Como ha dicho Willy Meyer, se reduce el presupuesto de cooperación para alcanzar los Objetivos del Milenio y a cambio "esta será la aportación de la UE a la lucha contra la hambruna en el siglo XXI".

Quiere uno pensar que, aunque no haya una relación directa (no ha hecho falta Constitución ni Tratado de Lisboa para estas barbaridades), ese tufo que nos llega, circula a través de vasos comunicantes para manifestarse después en los tres Noes rotundos que han frenado textos que consagran la UE neoliberal. Y es que la UE es también como esa persona que te va a dar una puñalada trapera y te lo cuenta antes esperando tu comprensión. No te puedes callar y le dices: "yo no puedo impedir que hagas lo que te dé la gana, pero encima no me pidas mi bendición".

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